martes, 22 de noviembre de 2011

Aquel hombre.

Vamos a analizar esto así. Ese hombre era viejo, tenía esa barba larga tan extraña y un mostacho sospechosamente perfecto. Su voz tenor, tenor porque era grave no?, era tan profunda que asustaba. Le gustaba sentarse en un café y mientras tomaba algún té de colores leía el suplemento deportivo de cualquier diario. Por las mañanas, a veces a la tarde, no importaba, pero el caso es que el hombre siempre te contaba cómo había salido el último partido jugado, y cuando te robaba charla te contaba algún chiste del Clarín, preferentemente de Diogenes y el linyera. Vamos a analizarlo así. Era un hombre raro. Supongamos que es soltero, porque lo parecía, y le gusta el cognac, porque simplemente pienso que así es. Entonces probablemente alguna vez fue detective privado, o quizás maestro de literatura, es incierto. Tal vez quiso ser futbolista, ya saben, el sueño del pibe. El hombre era raro, sí. Mentiría si dijera que más de una vez no me senté con él a tomar alguno de esos raros tés que parecían gustarle tanto. Dejémoslo en eso. Es tan simpático el viejo, me pregunto cuál será la historia de su vida. Algún jueves de sol cuando pida ese té rojo tan rico, le pregunto.

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