miércoles, 1 de agosto de 2012

No te hace falta.

¿Qué es lo que tengo adentro mío cuando todo lo que hay se siente igual que nada y tan insulso porque no estás vos?
¿Cómo se llama eso que se siente en el medio del pecho cuando me mirás a los ojos y  sonreís de costado?
¿Qué es lo que tenés que volvés a mí como un boomerang cada vez que estoy a punto de olvidarte?


El tiempo va pasando y no importa lo que hagas o digas todo te remite a lo mismo, lo necesitás. Sí, aunque sean unos cuantos los que niegan y sostienen a muerte que no es cierto sabés que en realidad es así; necesitás tener a ese alguien. Necesitás a un alguien que prometa ser el que te va a mirar con ojos de quiero hacerte feliz, el que te haga reír y te diga la palabra justa en el momento justo para sacarte el mal humor, el que te compre las galletitas que más te gustan para merendar. Te hace falta una persona que te mime, que vea con vos tus películas favoritas aunque se aburra, alguien con quien caminar por la calle de la mano, que te abrace por la cintura, que te susurre al oído, que te robe un beso después de hacerte enojar. De vez en cuando sentís esa necesidad de dormir la siesta haciendo cucharita, sobre todo cuando afuera llueve y hace frío. Te das cuenta de la mucha falta que te hace ese individuo que complemente tu existencia y pretendés de pronto encontrar la solución mágica para pensar en otra cosa y olvidar el sentimiento de soledad que vos mismo te generaste gracias a algún activador sumamente mundano. Entonces una tarde te encontrás mirando el inicio del Facebook en busca de algo que te entretenga unos segundos más antes de darte cuenta que estás perdiendo otro día el tiempo, y cuando caés en la cuenta te entra el bajón y recordás. Recordas que estás solo, que no tenés a ese alguien que tanto te hace falta pero que el orgullo te impide reconocerlo. Para este altura caíste en un estado depresivo donde tu lista de reproducción cambió a todos temas lentos y con letras escritas por personas enamoradas a las que les rompieron el corazón o que viven amoríos desencontrados. Probablemente estés agarrando una taza de café con las dos manos o un pote de helado de un kilo, tenés los ojos hinchados y rojos y un paquete de pañuelos casi vacío rodeado de los que ya usaste. No claro, tenés razón, no necesitas a nadie... No seamos hipócritas, vayamos a lo evidente. No creo que el amor sea indispensable para estar feliz, pero que ayuda, ayuda. No hablo de amor eterno ni historias de Disney porque todos sabemos que Walt fue un morboso que esperaba ver miles de almas infantes y crédulas morir dentro de cuerpos púberes que se dieron la frente contra una realidad cruda y dura al ver que no existen los príncipes y ni las princesas y que hasta la historia más feliz tiene un final; no, todo eso son falacias. Hablo de una relación, no es ni siquiera necesario que sea formal o seria, simplemente que exista. Hablo de un intercambio de permisos, de un pongo y pones, un doy y recivo, esa sensación de que en parte alguien más es dueño de nosotros. La realidad es que en parte gozamos de saber que la felicidad de alguien depende de nosotros, y viceversa. Así como necesitás tenerlo para vos, necesitás que quiera tenerte. Necesitás saber que es tuyo y de nadie más, que te quiere a vos, que te necesita a vos, que te piensa a vos, que sos lo último que se imagina antes de dormir; porque vivimos quejándonos de que no somos libres y cuando llega la hora de la verdad, le regalaríamos nuestra libertad envuelta en papel plateado con un moño rojo y bien grande. Aunque pensándolo mejor no lo vas a hacer, porque después de ver cinco veces The notebook y llorar lo suficiente, te acordás que no necesitas a nadie.