martes, 27 de diciembre de 2011

Perdida.

Caminar sin destino, perdiendo mi sombra en cada esquina, mirando hacia los lados, sentir la adrenalina que recorre tus venas, el miedo a la noche de Buenos Aires. Es difícil seguir de pie, sin cortar la marcha por nada, correr, hasta que sangre la ciudad. Superando obstáculos con la mente despierta, las células en trámite de confusión, piel que no busca turbias lujurias, corazón a prueba de balas, y en el callejón de los recuerdos solo recuerdo que no hay que dormir. Espero no caer en las garras de tu suerte, con las luces y los flashes cegando mis instintos más humanos, dejando salir a la salvaje, tan tóxica como puedo ser. Dame a probar de tu droga y caigo rendida, soy débil cuando de placeres se habla y estas paredes me están atrapando una vez más. O dejame escapar, y no me sigas. Escucho tu respiración en mi cuello aunque camino entre la gente del lugar, intento perderte pero no te vas de mí. Me envuelve las cuerdas vocales el fuego que dejaste en mis labios sosteniéndome contra tu cuerpo en el Londres que fue aquel balcón. Tan solo un roce con el que estuve de acuerdo pero no pude aceptar, nada más una corta pérdida del control me hace correr en círculos, pensando en irme lejos, pidiéndole a la carne que es débil, que no se deje vencer por el deseo. Perdiendo imagen, pasos en falso, todo está un poco descentrado esta madrugada. El viento corre sobre mi rostro, húmedo en lágrimas nerviosas y sudor en la frente. No encuentro el camino, voy sin destino una vez más y para siempre.

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