viernes, 15 de junio de 2012
Las pequeñas cosas.
Me desmorono cuando pienso lo difícil que se torna la vida a medida que pasa el tiempo junto con él mis vivencias. Miento, y de seguro tiene algún cifrado oculto mi error, porque al decir mis vivencias estoy siendo falsa y egoísta. Principalmente me engaño a mi misma, ya que suelo ser más atenta a las vivencias ajenas y a contrariarme más por ellas. Los años vinieron pesados y se dieron de frente contra una pared de pensamientos encontrados que descansaban, aunque inquietos, en algún recóndito rincón de mi absurda y algo retorcida mente. Es claro que no exagero y puede verse a simple vista, en mi actitud, en mi persona, en mi forma de escribir con un léxico no apto para cualquiera y juegos de palabras que sólo existen con el fin de la armonía visual y la confusión del lector. No es que el motivo de todo texto que escribo sea enredar ideas para así entretener o confundir, sino más bien es que siento que a veces, las cosas que quiero dejar salir no tendrían que verse. Es así, no siempre siento que realmente desahogarme sea correcto dejando a la luz todo aquello que me atormenta. Estos últimos años de mi vida, y con ello me refiero a lo que abarca mis cuatro actualmente vívidos años de secundaria, la plena adolescencia, los sentimientos a flor de piel, han sido de lo más complejos y exhaustivos, repletos de conflictos y pesares. Considero que es posible recopilar, en algún momento de mi vida, un centenar de experiencias que sorprenderían a más de uno. Quiero dejar en claro que no creo ser mejor ni más que nadie, sino más bien todo lo contrario. Mi personalidad me prohíbe pensar en mi de forma positiva y creo que me aquejan traumas infantiles y adolescentes que mutan en existencialismos. Me someto así al no-entendimiento propio, a la contradicción interna. Creo en mí como personalidad, como ser capaz de modificar para bien o para mal consciente o inconscientemente, mas no creo en mí, como un yo... No sabría cómo explicar a qué me refiero exactamente, hay tantas cosas en mi que no comprendo, como por empezar, el simple hecho de no poder persistir con un gusto por lo rápido que me aburro de las cosas. Soy insaciable, mi esencia se nutre de investigar qué hay más allá de lo que ya tengo, de lo que pude alcanzar, y siempre estoy en busca de nuevas cosas. Tal vez pueda atribuir entonces a esto, las múltiples situaciones que viví, tan extremas, como culpando a mi curiosidad de no cuidarse al encontrar el límite y siempre intentar cruzarlo. Así es como a los dieciséis años, con los que cuento hoy, conozco tantas o más sensaciones y situaciones, que quien vivió plenamente una extensa estadía en este mundo. Sé como se siente la tristeza y la felicidad plenas, sé lo que es amar y ser amado, sé lo que es el acostumbramiento y la rutina y por lo tanto sé cuánto la odio. Sé lo que es romper un corazón y cómo se siente la culpa y el dolor del alma. Sé lo que se siente el ultraje, el sentirse violado como persona, como ser con derechos y capacidad de elección. También conozco el dolor de la pérdida, el olvido, la negación, el recapacitar y la aceptación pero la eterna memoria. Sentí el que no me entiendan, sentí que estaba sola, sentí que no había razón ni sentido, sentí mi existencia como un enorme por qué, sentí miedo por eso, después sentí que estaba muerta, y entonces sentí calma. Sé lo que es estar enfermo, no amarse o siquiera apreciarse; se lo que es la confusión, un triángulo amoroso, sé cómo se siente el no tener control sobre uno mismo e incluso el no tenerlo sobre la posible existencia de otro ser, consecuencia de mis propios actos. Sé lo que es pensarse un posible asesino, sé lo que es romper tus propios principios, sé lo que es la satisfacción de no tener que hacerlo y la culpa que un what if puede generar. Conozco el descuido, la presencia física más el total desinterés, sé lo que es que te engañen, que te escupan en la cara mil verdades aunque hieran, conozco cada una de esas cosas y más. Pero por sobre todas las cosas aprendí al estar muerta, que no hay nada más de este lado y en este momento, que vivir, porque es todo por lo que estamos acá; y entonces fue cuando resucité. Resucité para dar lugar al comprender, al entender que no existe en este mundo otra cosa que sea irreparable más que la misma muerte. Todo aquello malo que uno vive, así como también lo bueno, es lo que nos forma como personas, y tal vez es por eso que creo en mí en ese sentido, porque tengo mucho material como para no hacerlo. Miles de duras vivencias forjaron mi personalidad, una diferente, única (porque todos lo somos), pero más que nada extraña. Por ser diferente uno no es raro, más bien la concepción de raro es algo que es muy juzgable. Soy tan poco pero tantas cosas juntas, así soy yo: Loca, inestable, incoherente, la que siempre escucha, la que pocas veces habla. Soy intuitiva, curiosa, divertida, racional, la que siempre encuentra un pero, la que igual actúa. Soy maniática, mañera, amiga, amante, novia, fiel, la que le cuesta dejarse cuidar, la que lo necesita mucho. Soy cariñosa, muy apegada a los afectos, selectiva, estratégica, rebuscada, la de los ideales claros, la de las medias tintas. Soy creativa, pensante, detallista, dotada de sentidos agudos, la conformista, la que siempre quiere un poco más. Finalizo en que soy mil y un cosas más, para no nombrarlas y seguramente, olvidarme de alguna importante. Hace casi nada me dijeron "lo importante es que sos" y yo no lo veo tan así. Lo importante no es ser, sino hacer. ¿Para qué quiero ser si no modifico nada? Así cierro por ahora, como dejando en el aire, sin releer lo que seguro son frases inconexas en este texto, la idea por la cual comencé a escribir. Así me despido hoy, una vez más como otras tantas, dando a notar lo inoperante de mi cerebro un viernes por la tarde donde planes esperados fueron frustrados, y dejando ver una vez más las causas de mi forma, los motivos de mi ciclotimia galopante, y tantas otras cosas más.
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